17.3.09

Un continente a la deriva, por Paul Krugman

El premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, plantea la cuestión de qué sucederá con las economías que vivieron un 'boom' en el entorno de dinero fácil, España especialmente.


17-03-2009 - Me preocupa Europa. Realmente, me preocupa el mundo entero, no hay paraísos seguros a salvo de esta tormenta económica. Pero la situación en Europa me preocupa aún más que la situación en EEUU.

Para ser claros, no me voy a dedicar a repetir la típica queja americana de que en Europa los impuestos son demasiado altos y las prestaciones sociales excesivamente generosas. Los generosos estados de bienestar no son la causa de la actual crisis europea. En realidad, como explicaré brevemente, están sirviendo como factor amortiguador.

El peligro claro y presente para Europa ahora mismo viene de una dirección diferente y es que el continente no ha respondido eficazmente a la crisis financiera. Europa se ha quedado corta en términos de política fiscal y monetaria: se está enfrentando a una recesión por lo menos tan severa como la de EEUU, pero está haciendo mucho menos para combatir la crisis.

En el aspecto fiscal, la comparación con Estados Unidos es chocante. Muchos economistas, entre ellos yo, han alegado que el plan de estímulo de la Administración Obama es demasiado pequeño, dada la profundidad de la crisis. Pero las medidas de EEUU superan con mucho a todas las que ha tomado Europa. La diferencia en política monetaria es igualmente llamativa. El Banco Central Europeo se ha mostrado mucho menos activo que la Reserva Federal; ha sido lento en recortar los tipos de interés —los elevó el pasado mes de julio—, y no se ha atrevido a tomar ninguna medida fuerte para descongelar los mercados de crédito.

Estados de bienestar
La única cosa que funciona a favor de Europa es precisamente aquella por la que recibe la mayor parte de las críticas: el tamaño y la generosidad de sus estados de bienestar, que están amortiguando el impacto de la crisis económica.

Esto no es una cuestión baladí.La asistencia sanitaria garantizada y las generosas prestaciones de desempleo aseguran que, por lo menos hasta ahora, no haya tanto sufrimiento humano en Europa como en Estados Unidos. Y estos programas también ayudarán a sostener el gasto en esta recesión.

Pero un estabilizador automático como este no sustituye a las medidas positivas. ¿Por qué se está quedando corta Europa?Parte de la causa es la mediocridad del liderazgo. Los funcionarios bancarios europeos, que no advirtieron en absoluto la profundidad de la crisis, todavía parecen extrañamente complacientes.

Y en Estados Unidos, para oír algo comparable a las diatribas del ministro de Economía alemán, hay que escuchar a los republicanos.

Pero hay problemas más profundos: la integración económica y monetaria de Europa ha ido muy por delante de la de sus instituciones.Las economías de muchos países de Europa están casi tan estrechamente unidas como las economías de muchos estados de EEUU, y la mayor parte de Europa comparte una moneda común. Pero Europa no tiene instituciones que abarquen todo el continente, que son necesarias para luchar contra una crisis que afecta a todo el continente.

Esta es una razón importante para la falta de medidas fiscales: no hay un gobierno en posición de asumir la responsabilidad de la economía europea en su conjunto. Lo que Europa tiene, en su lugar, son gobiernos nacionales, cada uno de ellos reacio a asumir grandes deudas para financiar un estímulo cuyos beneficios disfrutarán los votantes de otros países.

Se podría esperar que la política monetaria fuera más contundente. Después de todo, aunque no hay un gobierno europeo, sí hay un Banco Central Europeo. Pero no es como la Reserva Federal, que puede permitirse ser aventurera porque está respaldada por un gobierno único, un gobierno que ya se ha movido para compartir los riesgos del atrevimiento de la Fed, y seguramente cubrirá sus pérdidas si sus esfuerzos por descongelar los mercados financieros salen mal. El BCE, que debe responder ante 16 gobiernos a menudo enfrentados entre sí, no puede contar con este mismo nivel de apoyo.

Estructuralmente débil
Europa, en otras palabras, está resultando ser estructuralmente débil en un momento de crisis. La cuestión más importante es qué sucederá con las economías europeas que experimentaron un boom en el entorno de dinero fácil de hace unos años, España en especial.

Durante gran parte de la década pasada, España fue la Florida de Europa, ya que su economía estaba impulsada por un enorme boom de especulación inmobiliaria. Como en Florida, esta burbuja ha pinchado. Ahora, España necesita encontrar nuevas fuentes de ingresos y empleo para sustituir a los empleos perdidos en la construcción.

En el pasado, España habría intentado mejorar su competitividad devaluando su moneda. Pero ahora está en el euro, y la única forma de salir hacia delante parece ser un doloroso proceso de recorte de sueldos. Este proceso habría sido difícil en los mejores tiempos; será inconcebiblemente doloroso si, como parece muy probable, la economía europea en su conjunto está deprimida y tiende a la deflación durante los próximos años.

¿Significa todo esto que Europa hizo mal en integrarse tanto? ¿Significa que la creación del euro en especial fue un error? Puede ser.

Pero Europa todavía puede demostrar que los escépticos están equivocados si sus políticos empiezan a mostrar más liderazgo. ¿Lo harán?

Paul Krugman
La Gaceta

16.3.09

Bancos en vilo

El camarada Greenspan quiere que nos apoderemos de las colinas más altas de la economía. Vale, no exactamente. Lo que Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal -y acérrimo defensor del libre mercado-, ha dicho de hecho es que "tal vez sea necesario nacionalizar temporalmente algunos bancos para facilitar una reestructuración rápida y ordenada". Y yo coincido.

El argumento a favor de la nacionalización se basa en tres observaciones. En primer lugar, algunos grandes bancos se encuentran peligrosamente cerca del borde del abismo; de hecho, habrían quebrado ya si los inversores no confiasen en que el Estado los rescatará si hace falta. En segundo lugar, hay que rescatar a los bancos. El hundimiento de Lehman Brothers estuvo a punto de destruir el sistema financiero mundial, y no podemos correr el riesgo de permitir que caigan instituciones mucho más grandes como Citigroup o Bank of America. Y en tercer lugar, aunque es necesario rescatar a los bancos, el Gobierno estadounidense no puede permitirse, ni fiscal ni políticamente, dar enormes regalos a los accionistas bancarios.

Concretemos. Hay una posibilidad razonable -no certidumbre- de que Citigroup y Bank of America, sumados, pierdan cientos de miles de millones de dólares en los próximos años. Y su capital, el exceso de activos respecto a las deudas, no es ni mucho menos lo suficientemente grande como para cubrir esas posibles pérdidas.

Se podría decir que la única razón por la que no han quebrado ya es que el Estado está haciendo de mampara, garantizando implícitamente sus obligaciones. Pero son bancos zombis, incapaces de proporcionar el crédito que la economía necesita. Para dejar de ser zombis, los bancos necesitan más capital. Pero no pueden obtenerlo de los inversores privados. Por lo tanto, el Estado tiene que aportar los fondos necesarios.

La pega es que los fondos necesarios para devolverlos plenamente a la vida superarían con creces lo que estos bancos valen en la actualidad. Citigroup y Bank of America han llegado a tener un valor combinado de mercado inferior a 30.000 millones de dólares, y hasta ese valor se basa principalmente, aunque no por completo, en la esperanza de que los accionistas consigan ayuda estatal. Y si el Estado va a poner básicamente todo el dinero, debería obtener la propiedad a cambio.

Aun así ¿no es la nacionalización algo muy poco estadounidense? No, es tan estadounidense como el pastel de manzana. Últimamente, la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC) ha estado incautándose de bancos que considera insolventes a razón de aproximadamente uno por semana. Cuando la FDIC se incauta de un banco, asume los activos problemáticos de éste, paga su deuda y revende la institución ya saneada a inversores privados. Y eso es exactamente lo que los partidarios de la nacionalización temporal quieren que ocurra, no sólo con los bancos pequeños que la FDIC está expropiando, sino también con los grandes bancos que son igualmente insolventes.

La verdadera cuestión es por qué el Gobierno de Obama sigue sacando propuestas que parecen posibles alternativas a la nacionalización pero que en realidad implican enormes donaciones a los accionistas de los bancos.

Por ejemplo, el Gobierno proponía en un principio la idea de ofrecer a los bancos garantías contra las pérdidas provocadas por los activos problemáticos. Habría sido un buen trato para los accionistas bancarios, pero no tanto para el resto de nosotros: si sale cara ellos ganan, si sale cruz los contribuyentes pierden.

Ahora el Gobierno habla de una "alianza público-privada" para comprar activos problemáticos a los bancos, en la que el Estado prestará a los inversores privados el dinero para dicho fin. Esto ofrecería a los inversores una apuesta que sólo puede acabar de una forma: si los activos suben de precio, los inversores ganan; si caen considerablemente, los inversores se van y le dejan el muerto al Estado. De nuevo, cara ganan ellos, cruz nosotros perdemos.

¿Por qué no echar adelante sin más y nacionalizar? Recuerden que cuanto más vivamos con los bancos zombis, más difícil será poner fin a la crisis económica.

¿Cómo se produciría la nacionalización? Todo lo que el Gobierno tiene que hacer es tomarse en serio su planeada prueba de resistencia para los grandes bancos y no ocultar los resultados si la suspenden y se hace necesaria una absorción. Vale, todo esto de que un Gobierno que lleva meses ayudando a los bancos se declare indignadísimo por el pésimo estado de sus balances contables sonaría a teatro, pero no pasa nada.

E insisto, el objetivo no es la propiedad estatal a largo plazo. Al igual que sucede con los bancos pequeños incautados por la FDIC cada semana, los grandes bancos serían devueltos al control privado lo antes posible. El blog financiero Calculated Risk sugiere que en lugar de llamarlo proceso de nacionalización deberíamos llamarlo "preprivatización".

Según Robert Gibbs, portavoz de la Casa Blanca, la Administración de Obama cree que "un sistema bancario privado es el camino a seguir". Y todos pensamos lo mismo. Pero lo que tenemos ahora no es empresa privada, es socialismo defectuoso: los bancos se llevan la parte buena y los contribuyentes soportan los riesgos. Y también es perpetuar los bancos zombis y bloquear la recuperación económica.

Lo que queremos es un sistema en el que a los bancos les toque tanto lo bueno como lo malo. Y el camino hacia ese sistema pasa por la nacionalización.

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y Premio Nobel de Economía 2008. Traducción de News Clips. © 2009 New York Times News Service.
El Pais

6.3.09

Sosteniendo un castillo de naipes. Las prácticas de AIG en el sistema financiero,y el riesgo de avalancha ante su caida.

Joe Nocera.
NY Times

AIG ayudó a crear la ilusión del capital regulador con sus swaps, y ahora el Gobierno tiene que poner respaldar esos contratos con dinero de los contribuyentes, para que los bancos asegurados no se colapsen.

05-03-2009 - La semana que viene, posiblemente incluso el mismo lunes, el American International Group (AIG) va a comunicar la pérdida trimestral más importante de la historia. Se rumorea que las pérdidas serán del orden de 60 000 millones de dólares, lo que vendría a confirmar, una vez más, el estatus de AIG como la más tocada de todas las instituciones financieras del país. Las pérdidas sufridas por Merrill Lynch y Citigroup – “solamente” 15,4 y 8,3 mil millones de dólares respectivamente- parecen pequeñas a su lado.

A la vez que AIG desvela sus pérdidas, el Gobierno Federal con toda probabilidad anunciará – ¡una vez más! – un nuevo plan para rescatar a AIG, el TERCER PLAN desde septiembre. Hasta el momento, el Gobierno ha facilitado $150 mil millones a la compañía, en forma de préstamos, inversiones e inyecciones de capital, para mantenerla a flote. Y el Gobierno ha suavizado los términos que estableció para el préstamo inicial de $85 mil millones en septiembre. Para facilitar aún más las cosas, la Reserva Federal gestiona un organismo que compra activos tóxicos que AIG había asegurado. AIG ha sido cuasi-nacionalizada, con el 80% de sus acciones en manos del Gobierno Federal. Tampoco es que esto suponga mucho; el viernes las acciones cerraron con un valor de 42 centavos.

Donn Vickrey, el responsable de la empresa independiente de investigación Gradient Analytics predice que AIG terminará por costar al menos $100 mil millones a los contribuyentes antes de estabilizarse, y que para entonces la compañía, casi con toda seguridad, se habrá dividido en trozos, siendo el Gobierno dueño de grandes porciones de ellos. Un cuarto de billón de dólares, si llegase a ocurrir así, es una cantidad gigantesca para dedicarla a salvar UNA SOLA compañía de la quiebra. Sin embargo, el Gobierno cree que no le queda más remedio que actuar: debido a sus prácticas comerciales tan cuestionables durante la burbuja inmobiliaria, AIG básicamente tiene sujeto al sistema financiero mundial por el cuello.

Si dejamos caer a AIG, según dijo Seamus P. McMahon, experto en banca de Booz y Co., otras instituciones, incluyendo fondos de pensiones, y bancos estadounidenses e europeos “se enfrentarían a sus propias crisis de capital y de liquidez, pudiendo inducir un efecto dominó.” El rescate de AIG es en definitiva el rescate de sus socios comerciales- que constituyen esencialmente la totalidad del sistema bancario occidental.

No dudo de lo correcto de la afirmación siguiente: tras la calamidad que siguió a la caída de Lehman Brothers, sustancialmente menos enredado en el sistema financiero global que AIG, ¿quién se atrevería a dejar caer a la aseguradora más importante del mundo? ¿Quién querría asumir ese riesgo? Pero eso no significa que debamos sentirnos resignados ante lo que está ocurriendo en AIG. De hecho, deberíamos estar furiosos. Más todavía incluso que Citi o Merrill, AIG fue el punto de partida de las prácticas más flagrantes que llevaron al sistema financiero a la ruina.

“Fueron los peores de todos ellos” según Frank Partnoy, profesor de Derecho de la Universidad de California en San Diego, y experto en derivados. Según el Sr. Vickrey de Gradient Analytics, “Fue una cuestión de arrogancia desmedida, alimentada por la avaricia.” Otras empresas han usado la misma metodología que AIG, pero ninguna a nivel tan amplio y con tantísima imprudencia. Sin embargo – y esto es lo que debería hacernos hervir la sangre – la empresa se está manteniendo viva precisamente por haber actuado tan mal.

Cuando uno comienza a preguntar exactamente cómo hacía AIG su dinero durante la burbuja inmobiliaria, siempre se oyen las mismas dos frases una y otra vez: “arbitraje regulador y arbitraje de “rating” o de calificación crediticia”. La palabra “arbitraje” habitualmente quiere decir el aprovechamiento del diferencial de precio entre dos valores – un bono y una acción de la misma empresa, por ejemplo – que están de alguna manera relacionados. Cuando se usa la palabra para describir las acciones de AIG, significa otra cosa completamente diferente. Significa aprovecharse de alguna laguna en las reglas – un término menos educado pero quizá más correcto sería “estafa”.

En tanto que era una gran empresa multinacional de seguros, con un historial y una reputación de magnífica gestión, AIG poseía uno de los premios más cotizados en el mundo de los negocios: una calificación AAA, calificación poseída solamente por una docena de empresas en Estados Unidos. Esa calificación implicaba que las agencias de calificación creían que la posibilidad de que AIG fallase en sus pagos era casi inexistente. También quería decir que AIG podía obtener créditos más baratos que otras empresas con calificación inferior.

Cierto es que la mayoría de AIG funcionaba como siempre, como una empresa de seguros normal y regulada. (Sus divisiones de Seguros propiamente dichos siguen siendo rentables hoy en día). Pero una de sus ramas, su unidad de “prácticas financieras” en Londres, estaba llena de “enérgicos” magos financieros que diseñaron nuevas y creativas maneras de aprovecharse del apetito insaciable de Wall Street por los valores respaldados en hipotecas. A diferencia de muchos bancos de inversión de Wall St., AIG no se especializó en coleccionar hipotecas subprime y convertirlas en activos. Lo que hizo fue asegurarlos, mediante un instrumento llamado Credit Default Swaps (CDS)1.

Estos instrumentos exóticos actuaban como una especie de seguro para valores. De hecho, AIG mantenía que, si por alguna remota e improbable casualidad (ah!) esos valores basados en hipotecas sufrieran pérdidas, su compañía cubriría esas pérdidas. Y dado que AIG tenía esa calificación de AAA, cuando su manto cubría a esos valores respaldados por hipotecas, estos últimos se convertían en calificación AAA también. Y allí residía el arbitraje de rating. “Así se sacaba provecho a la calificación AAA,” decía Robert J. Arvanitis, un antiguo ejecutivo de AIG que se ha convertido en uno de sus máximos críticos.

¿Por qué apoyarían este tipo de actuación Wall St y los bancos? Porque pasaba el riesgo desde sus propias manos a las manos de AIG, y la calificación AAA hacía que fuera mucho más fácil vender los valores. Y ¿dónde residía la ventaja para AIG? Cobraba tarifas francamente elevadas. Pero AIG estaba convencida de que el dinero que ganaba no tenía riesgo- con toda seguridad, nunca tendría que desembolsar nada. Igual que los demás en Wall St., AIG operaba con la seguridad de que los activos de que se trataba – la vivienda – solamente podrían subir de precio. Esa creencia imprudente, a su vez, llevó a AIG a cometer otros varios errores estúpidos. Cuando una compañía asegura contra, digamos, inundaciones o terremotos, está obligada a aportar dinero a un fondo de reserva por si tiene lugar la catástrofe. Por esto es por lo que habitualmente las compañías de seguros están sobre-capitalizadas, con bajos ratios de deuda. Pero debido a la falta de regulación de los CDS, que ni siquiera fueron catalogados como un producto tradicional de aseguradoras, AIG no estaba obligada a aportar fondos para cubrir posibles pérdidas. Y no estando obligada, no lo hizo. Actuó más como un banco de inversiones que como una aseguradora. Por eso, cuando comenzaron a derrumbarse los precios de la vivienda y a acumularse las pérdidas, AIG no tenía manera de pagar lo que había asegurado. Al no haber comprendido cuál era el riesgo real, infravaloró tremendamente su precio.

Un segundo error fue que, en muchos de sus contratos derivativos, AIG introdujo una disposición que desde entonces ha vuelto para torturar a la compañía: aceptó la existencia de “collateral triggers” o “dispositivos colaterales.” Esto significa que, en determinadas circunstancias, como un descenso del nivel de calificación bien de AIG o de los valores que aseguraba, tendría que apoyar económicamente a esos valores. De nuevo, esas cláusulas fueron incluidas por avaricia - permitían cobrar tarifas aún mayores. Y de nuevo, AIG nunca contempló la posibilidad de que esos “dispositivos” entrasen en juego algún día y por tanto, las disposiciones no tenían sentido. Dichas cláusulas han costado miles de millones de dólares a AIG - o, mejor dicho, han costado miles de millones al contribuyente estadounidense.

El arbitraje regulador era todavía más chapucero. Una enorme porción del negocio de CDS de la compañía fue concebida, simplemente, para permitir que sus hojas de balance financiero pareciesen más seguras que lo que realmente era. Bajo un conjunto de desafortunadas reglas internacionales puestas en marcha a finales de los 90, a los bancos se les permitía usar sus propios sistemas internos de medida del riesgo para determinar sus necesidades de capital. Cuanto menos arriesgados los activos, evidentemente, menos capital se requería para cumplir el requisito.

¿Cómo lograron los bancos medir que sus niveles de riesgo eran tan bajos? Desde luego, no fue mediante la posesión de activos menos arriesgados. Más bien fue simplemente comprando los CDS de AIG, lo que transfería el riesgo desde los bancos a AIG. Y los “dispositivos colaterales” hicieron que los portfolios (carteras de acciones) de los bancos parecieran absolutamente libres de riesgo. Esto significaba que los requisitos mínimos de capital eran muy pequeños, algo que todos los bancos querían porque les permitía incrementar su nivel de deuda y comprar aún más valores “libres de riesgo.” Esta práctica se propagó masivamente sobre todo en Europa. Y precisamente la falta de capital de los bancos europeos es uno de los motivoa por los que han estado en una situación tan difícil desde el inicio de la crisis.

En su mejor momento, el sector CDS de AIG tenía un valor “nocional” en mercado de futuros de $450 mil millones. En septiembre, aún superaba $300 mil millones. (El valor nocional es la cantidad de dinero que debería AIG en caso de que cada una de sus apuestas terminase sin valor alguno). Y a diferencia de la mayoría de las compañías de Wall St., no traspasó sus CDS; asumió el riesgo, que es precisamente a lo que se dedican las empresas aseguradoras.

No se trata en toda esta historia de que haya habido secretos estilo Enron – todo el mundo sabía que los requisitos de capital de las instituciones financieras estaban siendo trucados a la baja – incluyendo los propios reguladores. AIG denominó abiertamente a esa parte de su negocio “capital regulador.” Y así lo consideraban AIG y sus clientes.

Aún hay más, aunque cueste creerlo. AIG vendió algo denominado “2a-7 puts”, que permitía que fondos del mercado monetario que solamente debían llevar a cabo inversiones en los papeles mercantiles o comerciales más seguros invirtiesen en bonos de elevado riesgo. ¿Y cómo? AIG aseguraba la recompra de los bonos en caso de que saliesen mal. (Sorprendentemente, la Securities and Exchange Comisión accedió a ello). AIG tenía un programa de préstamos de valores, en el que prestaba valores a inversores, a cambio de dinero líquido colateral. Y ¿qué hacía AIG con el dinero que recibía? Increíblemente – ¡¡¡COMPRAR valores respaldados por HIPOTECAS!!! Cuando las empresas pedían la devolución de su colateral, había perdido valor, gracias a la estrategia irresponsable de inversión de AIG. Esa práctica ha costado a AIG – eh, quiero decir, a los contribuyentes americanos – miles de millones.

Lo que más rabia da es que en este momento somos plenamente conscientes de cómo han funcionado esos timos. Y sin embargo, por razones absolutamente prácticas, el Gobierno está obligado a perpetuarles, mantenerles. Y probablemente sea el motivo más importante por el que el Gobierno no puede dejar que AIG se hunda. Si falla la compañía, cientos de miles de millones de dólares de CDS “explotarían”, y todos aquellos bancos europeos cuyos valores tóxicos están supuestamente asegurados por AIG estarían de repente sentados encima de unas pérdidas inmensas. Se terminaría por destruir a sus ya tambaleantes estructuras de capital. AIG ayudó a crear la ilusión del capital regulador con sus swaps, y ahora el Gobierno tiene que poner respaldar esos contratos con dinero de los contribuyentes, para que los bancos asegurados no se colapsen. La situación sería divertida si no fuese tan horrorosa.

Pregunté al Sr. Arvanitis, antiguo ejecutivo de AIG, si la compañía consideraba lo que había hecho durante la burbuja inmobiliaria como una forma de engaño al sistema. “No” contestó. “Nunca lo consideraron un abuso. Sencillamente pensaban que estaban dando satisfacción a sus clientes.”

Esto constituye un ejemplo notable del poder de racionalización. O quizás se estaban autoengañando, imaginando que cuando finalmente cayera el castillo de naipes, serían otros que tendrían que recogerlo.

Esos otros seríamos nosotros, los contribuyentes.

1 Los Credit Default Swaps (CDS) son básicamente contratos de seguros en los que lo que se asegura son ciertos instrumentos financieros en caso de impago por parte del emisor. Normalmente estos seguros se aplican a deuda pública, deuda privada y títulos hipotecarios. Son los bancos, hedge funds, grandes aseguradoras, etc. los que venden estos seguros a las entidades financieras que han comprado dichos activos de deuda y estas entidades pagarán una prima por la cual se aseguran la devolución de sus inversiones en caso de impago del emisor. De esta forma, si el emisor de la deuda quiebra, la entidad que ha contratado el Credit Default Swap recuperará su inversión. (N. de T.)

Joe Nocera.
NY Times

Traducción: Secretaría de Internacional de CCOO