23.12.09

Las duras enseñanzas de 2009. Joseph E. Stiglitz

La búsqueda por parte de los banqueros de su propio interés (codicia) no dio como resultado el bienestar de la sociedad; ni siquiera prestó buenos servicios a los accionistas y a los titulares de bonos.


23-12-2009 - Lo mejor que se puede decir de 2009 es que podría haber sido peor, que nos retiramos del precipicio del que parecíamos colgados a finales de 2008 y que 2010 será casi con toda seguridad mejor para la mayoría de los países.

El mundo ha aprendido también algunas enseñanzas valiosas, aunque con un gran costo para la prosperidad actual y futura y que fue innecesariamente elevado, en vista de que ya deberíamos haberlas aprendido.

La primera enseñanza es la de que los mercados no son autocorrectores. De hecho, sin una regulación adecuada, son propensos al exceso. En 2009, volvemos a entender por qué la mano invisible de Adam Smith lo parece con tanta frecuencia: es que no está. La búsqueda por parte de los banqueros de su propio interés (codicia) no dio como resultado el bienestar de la sociedad; ni siquiera prestó buenos servicios a los accionistas y a los titulares de bonos.

Desde luego, no los prestó a los propietarios de viviendas que las están perdiendo, a los trabajadores que han perdido sus empleos, a los jubilados que han visto cómo se esfumaban sus fondos para la jubilación ni a los contribuyentes que han pagado centenares de miles de millones para rescatar a los bancos.

Bajo la amenaza de desplome de todo el sistema, la red de seguridad, destinada a ayudar a las personas desafortunadas a satisfacer los imperativos de la vida, se hizo generosamente extensiva a los bancos comerciales, después a los bancos de inversión, a las empresas de seguros, a las empresas automovilísticas e incluso a las empresas que conceden préstamos para la compra de automóviles. Nunca se había transferido tanto dinero de tantos para tan pocos.

Tranferencia de los pobres a los ricos
Estamos acostumbrados a concebir la transferencia de dinero gubernamental de los acomodados a los pobres. En este caso han sido los pobres y las clases medias quienes han transferido dinero a los ricos. Contribuyentes ya agobiados por una pesada carga vieron que su dinero, destinado a ayudar a los bancos a prestar para que se recuperara la economía, iba a pagar primas y dividendos hinchados. Los dividendos deben ser una participación en los beneficios: en este caso han sido simplemente una participación en la magnanimidad gubernamental.

La justificación fue la de que el rescate de los bancos, por desordenado que fuera, permitiría la reanudación de los préstamos. No ha sido así. Lo único que ha sucedido ha sido que los contribuyentes medios han dado dinero a las propias entidades que habían estado afanándoselo durante años mediante préstamos depredadores, tipos de interés usureros de las tarjetas de crédito y comisiones no transparentes.

El rescate puso al descubierto una profunda hipocresía en derredor. Quienes habían predicado la contención fiscal cuando se trataba de programas de protección social para los pobres ahora clamaban por el mayor programa de protección social del mundo. Quienes se habían pronunciado a favor de la virtud de la “transparencia” del mercado libre acabaron creando sistemas financieros tan opacos, que los bancos no se aclaraban con sus propios balances.

Y después se indujo también al Gobierno a que cayera en formas cada vez menos transparentes de rescate para ocultar su magnanimidad con los bancos. Quienes habían sostenido la necesidad de “rendición de cuentas” y “responsabilidad” ahora intentaban conseguir la cancelación de las deudas al sector financiero.

La segunda enseñanza importante permite entender por qué los mercados con frecuencia no funcionan como deberían. Hay muchas razones para los fallos de los mercados. En este caso, las “entidades demasiado grandes para caer” tenían incentivos perversos: si especulaban y les salía bien, se llevaban los beneficios; si perdían, pagaría el contribuyente.

Además, cuando la información es imperfecta, los mercados con frecuencia no funcionan bien... y las informaciones imperfectas son fundamentales en las finanzas. Las externalidades son omnipresentes: la quiebra de un banco ha impuesto costos a otros y las quiebras del sistema financiero han impuesto costos a los contribuyentes y a los trabajadores de todo el mundo.

Políticas keynesianas
La tercera enseñanza es la de que las políticas keynesianas sí que funcionan. Los países, como Australia, que aplicaron en seguida grandes planes de estímulo bien concebidos salieron antes de la crisis. Otros países sucumbieron a la vieja ortodoxia impuesta por los brujos financieros que nos metieron en este lío.

Siempre que una economía entra en recesión, aparecen déficits, pues los ingresos fiscales se reducen antes que los gastos. La vieja ortodoxia sostenía que había que reducir el déficit –subir los impuestos o reducir los gastos– para “restablecer la confianza”, pero esas políticas casi siempre reducían la demanda agregada, conducían la economía a un contracción más profunda y socavaban aún más la confianza: el ejemplo más reciente fue cuando el Fondo Monetario Internacional insistió en su aplicación en el Asia oriental en el decenio de 1990.

La cuarta enseñanza es la de que la política monetaria consiste en algo más que en luchar contra la inflación. Una insistencia excesiva en la inflación hizo que algunos bancos centrales pasaran por alto lo que estaba sucediendo a sus mercados financieros. Los costos de una inflación suave son minúsculos en comparación con los que se imponen a las economías cuando los bancos centrales permiten que las burbujas de activos sigan descontroladas.

La innovación no siempre es para mejor
La quinta enseñanza es la de que no todas las innovaciones propician una economía más eficiente y productiva... y menos aún una sociedad mejor. Los incentivos privados cuentan y, si no están bien alineados con los réditos sociales, el resultado puede ser una asunción de excesivo riesgo, un comportamiento caracterizado por una excesiva estrechez de miras y una innovación distorsionada. Por ejemplo, mientras que los beneficios de muchas de las innovaciones de la ingeniería financiera de los últimos años resultan difíciles de demostrar, y más aun de cifrar, los costos asociados con ellas –tanto económicos como sociales– son patentes y enormes.

De hecho, la ingeniería financiera no ha creado productos que ayudaran a los ciudadanos corrientes a gestionar el simple riesgo de la propiedad de su vivienda... con la consecuencia de que millones de ellos la han perdido y es probable que otros millones más la pierdan también. En cambio, la innovación fue encaminada a perfeccionar la explotación de los menos instruidos y a conculcar los reglamentos y las normas de contabilidad concebidas para volver más eficientes y estables los mercados. A consecuencia de ello, los mercados financieros, que deben gestionar el riesgo y asignar el capital de forma eficiente, crearon riesgo e hicieron asignaciones disparatadas.

Pronto sabremos si hemos aprendido las enseñanzas de esta crisis algo mejor de lo que deberíamos haber aprendido las mismas que se desprendían de crisis anteriores. Lamentablemente, a no ser que los Estados Unidos y otros países industriales avanzados logren avances mucho mayores en materia de reformas del sector financiero en 2010, podríamos afrontar otra oportunidad de aprenderlas.

Joseph E. Stiglitz. Profesor de la Universidad de Columbia,
obtuvo el premio Nobel de Economía en 2001.
5 Project Syndicate
Expansión

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