6.3.09

Sosteniendo un castillo de naipes. Las prácticas de AIG en el sistema financiero,y el riesgo de avalancha ante su caida.

Joe Nocera.
NY Times

AIG ayudó a crear la ilusión del capital regulador con sus swaps, y ahora el Gobierno tiene que poner respaldar esos contratos con dinero de los contribuyentes, para que los bancos asegurados no se colapsen.

05-03-2009 - La semana que viene, posiblemente incluso el mismo lunes, el American International Group (AIG) va a comunicar la pérdida trimestral más importante de la historia. Se rumorea que las pérdidas serán del orden de 60 000 millones de dólares, lo que vendría a confirmar, una vez más, el estatus de AIG como la más tocada de todas las instituciones financieras del país. Las pérdidas sufridas por Merrill Lynch y Citigroup – “solamente” 15,4 y 8,3 mil millones de dólares respectivamente- parecen pequeñas a su lado.

A la vez que AIG desvela sus pérdidas, el Gobierno Federal con toda probabilidad anunciará – ¡una vez más! – un nuevo plan para rescatar a AIG, el TERCER PLAN desde septiembre. Hasta el momento, el Gobierno ha facilitado $150 mil millones a la compañía, en forma de préstamos, inversiones e inyecciones de capital, para mantenerla a flote. Y el Gobierno ha suavizado los términos que estableció para el préstamo inicial de $85 mil millones en septiembre. Para facilitar aún más las cosas, la Reserva Federal gestiona un organismo que compra activos tóxicos que AIG había asegurado. AIG ha sido cuasi-nacionalizada, con el 80% de sus acciones en manos del Gobierno Federal. Tampoco es que esto suponga mucho; el viernes las acciones cerraron con un valor de 42 centavos.

Donn Vickrey, el responsable de la empresa independiente de investigación Gradient Analytics predice que AIG terminará por costar al menos $100 mil millones a los contribuyentes antes de estabilizarse, y que para entonces la compañía, casi con toda seguridad, se habrá dividido en trozos, siendo el Gobierno dueño de grandes porciones de ellos. Un cuarto de billón de dólares, si llegase a ocurrir así, es una cantidad gigantesca para dedicarla a salvar UNA SOLA compañía de la quiebra. Sin embargo, el Gobierno cree que no le queda más remedio que actuar: debido a sus prácticas comerciales tan cuestionables durante la burbuja inmobiliaria, AIG básicamente tiene sujeto al sistema financiero mundial por el cuello.

Si dejamos caer a AIG, según dijo Seamus P. McMahon, experto en banca de Booz y Co., otras instituciones, incluyendo fondos de pensiones, y bancos estadounidenses e europeos “se enfrentarían a sus propias crisis de capital y de liquidez, pudiendo inducir un efecto dominó.” El rescate de AIG es en definitiva el rescate de sus socios comerciales- que constituyen esencialmente la totalidad del sistema bancario occidental.

No dudo de lo correcto de la afirmación siguiente: tras la calamidad que siguió a la caída de Lehman Brothers, sustancialmente menos enredado en el sistema financiero global que AIG, ¿quién se atrevería a dejar caer a la aseguradora más importante del mundo? ¿Quién querría asumir ese riesgo? Pero eso no significa que debamos sentirnos resignados ante lo que está ocurriendo en AIG. De hecho, deberíamos estar furiosos. Más todavía incluso que Citi o Merrill, AIG fue el punto de partida de las prácticas más flagrantes que llevaron al sistema financiero a la ruina.

“Fueron los peores de todos ellos” según Frank Partnoy, profesor de Derecho de la Universidad de California en San Diego, y experto en derivados. Según el Sr. Vickrey de Gradient Analytics, “Fue una cuestión de arrogancia desmedida, alimentada por la avaricia.” Otras empresas han usado la misma metodología que AIG, pero ninguna a nivel tan amplio y con tantísima imprudencia. Sin embargo – y esto es lo que debería hacernos hervir la sangre – la empresa se está manteniendo viva precisamente por haber actuado tan mal.

Cuando uno comienza a preguntar exactamente cómo hacía AIG su dinero durante la burbuja inmobiliaria, siempre se oyen las mismas dos frases una y otra vez: “arbitraje regulador y arbitraje de “rating” o de calificación crediticia”. La palabra “arbitraje” habitualmente quiere decir el aprovechamiento del diferencial de precio entre dos valores – un bono y una acción de la misma empresa, por ejemplo – que están de alguna manera relacionados. Cuando se usa la palabra para describir las acciones de AIG, significa otra cosa completamente diferente. Significa aprovecharse de alguna laguna en las reglas – un término menos educado pero quizá más correcto sería “estafa”.

En tanto que era una gran empresa multinacional de seguros, con un historial y una reputación de magnífica gestión, AIG poseía uno de los premios más cotizados en el mundo de los negocios: una calificación AAA, calificación poseída solamente por una docena de empresas en Estados Unidos. Esa calificación implicaba que las agencias de calificación creían que la posibilidad de que AIG fallase en sus pagos era casi inexistente. También quería decir que AIG podía obtener créditos más baratos que otras empresas con calificación inferior.

Cierto es que la mayoría de AIG funcionaba como siempre, como una empresa de seguros normal y regulada. (Sus divisiones de Seguros propiamente dichos siguen siendo rentables hoy en día). Pero una de sus ramas, su unidad de “prácticas financieras” en Londres, estaba llena de “enérgicos” magos financieros que diseñaron nuevas y creativas maneras de aprovecharse del apetito insaciable de Wall Street por los valores respaldados en hipotecas. A diferencia de muchos bancos de inversión de Wall St., AIG no se especializó en coleccionar hipotecas subprime y convertirlas en activos. Lo que hizo fue asegurarlos, mediante un instrumento llamado Credit Default Swaps (CDS)1.

Estos instrumentos exóticos actuaban como una especie de seguro para valores. De hecho, AIG mantenía que, si por alguna remota e improbable casualidad (ah!) esos valores basados en hipotecas sufrieran pérdidas, su compañía cubriría esas pérdidas. Y dado que AIG tenía esa calificación de AAA, cuando su manto cubría a esos valores respaldados por hipotecas, estos últimos se convertían en calificación AAA también. Y allí residía el arbitraje de rating. “Así se sacaba provecho a la calificación AAA,” decía Robert J. Arvanitis, un antiguo ejecutivo de AIG que se ha convertido en uno de sus máximos críticos.

¿Por qué apoyarían este tipo de actuación Wall St y los bancos? Porque pasaba el riesgo desde sus propias manos a las manos de AIG, y la calificación AAA hacía que fuera mucho más fácil vender los valores. Y ¿dónde residía la ventaja para AIG? Cobraba tarifas francamente elevadas. Pero AIG estaba convencida de que el dinero que ganaba no tenía riesgo- con toda seguridad, nunca tendría que desembolsar nada. Igual que los demás en Wall St., AIG operaba con la seguridad de que los activos de que se trataba – la vivienda – solamente podrían subir de precio. Esa creencia imprudente, a su vez, llevó a AIG a cometer otros varios errores estúpidos. Cuando una compañía asegura contra, digamos, inundaciones o terremotos, está obligada a aportar dinero a un fondo de reserva por si tiene lugar la catástrofe. Por esto es por lo que habitualmente las compañías de seguros están sobre-capitalizadas, con bajos ratios de deuda. Pero debido a la falta de regulación de los CDS, que ni siquiera fueron catalogados como un producto tradicional de aseguradoras, AIG no estaba obligada a aportar fondos para cubrir posibles pérdidas. Y no estando obligada, no lo hizo. Actuó más como un banco de inversiones que como una aseguradora. Por eso, cuando comenzaron a derrumbarse los precios de la vivienda y a acumularse las pérdidas, AIG no tenía manera de pagar lo que había asegurado. Al no haber comprendido cuál era el riesgo real, infravaloró tremendamente su precio.

Un segundo error fue que, en muchos de sus contratos derivativos, AIG introdujo una disposición que desde entonces ha vuelto para torturar a la compañía: aceptó la existencia de “collateral triggers” o “dispositivos colaterales.” Esto significa que, en determinadas circunstancias, como un descenso del nivel de calificación bien de AIG o de los valores que aseguraba, tendría que apoyar económicamente a esos valores. De nuevo, esas cláusulas fueron incluidas por avaricia - permitían cobrar tarifas aún mayores. Y de nuevo, AIG nunca contempló la posibilidad de que esos “dispositivos” entrasen en juego algún día y por tanto, las disposiciones no tenían sentido. Dichas cláusulas han costado miles de millones de dólares a AIG - o, mejor dicho, han costado miles de millones al contribuyente estadounidense.

El arbitraje regulador era todavía más chapucero. Una enorme porción del negocio de CDS de la compañía fue concebida, simplemente, para permitir que sus hojas de balance financiero pareciesen más seguras que lo que realmente era. Bajo un conjunto de desafortunadas reglas internacionales puestas en marcha a finales de los 90, a los bancos se les permitía usar sus propios sistemas internos de medida del riesgo para determinar sus necesidades de capital. Cuanto menos arriesgados los activos, evidentemente, menos capital se requería para cumplir el requisito.

¿Cómo lograron los bancos medir que sus niveles de riesgo eran tan bajos? Desde luego, no fue mediante la posesión de activos menos arriesgados. Más bien fue simplemente comprando los CDS de AIG, lo que transfería el riesgo desde los bancos a AIG. Y los “dispositivos colaterales” hicieron que los portfolios (carteras de acciones) de los bancos parecieran absolutamente libres de riesgo. Esto significaba que los requisitos mínimos de capital eran muy pequeños, algo que todos los bancos querían porque les permitía incrementar su nivel de deuda y comprar aún más valores “libres de riesgo.” Esta práctica se propagó masivamente sobre todo en Europa. Y precisamente la falta de capital de los bancos europeos es uno de los motivoa por los que han estado en una situación tan difícil desde el inicio de la crisis.

En su mejor momento, el sector CDS de AIG tenía un valor “nocional” en mercado de futuros de $450 mil millones. En septiembre, aún superaba $300 mil millones. (El valor nocional es la cantidad de dinero que debería AIG en caso de que cada una de sus apuestas terminase sin valor alguno). Y a diferencia de la mayoría de las compañías de Wall St., no traspasó sus CDS; asumió el riesgo, que es precisamente a lo que se dedican las empresas aseguradoras.

No se trata en toda esta historia de que haya habido secretos estilo Enron – todo el mundo sabía que los requisitos de capital de las instituciones financieras estaban siendo trucados a la baja – incluyendo los propios reguladores. AIG denominó abiertamente a esa parte de su negocio “capital regulador.” Y así lo consideraban AIG y sus clientes.

Aún hay más, aunque cueste creerlo. AIG vendió algo denominado “2a-7 puts”, que permitía que fondos del mercado monetario que solamente debían llevar a cabo inversiones en los papeles mercantiles o comerciales más seguros invirtiesen en bonos de elevado riesgo. ¿Y cómo? AIG aseguraba la recompra de los bonos en caso de que saliesen mal. (Sorprendentemente, la Securities and Exchange Comisión accedió a ello). AIG tenía un programa de préstamos de valores, en el que prestaba valores a inversores, a cambio de dinero líquido colateral. Y ¿qué hacía AIG con el dinero que recibía? Increíblemente – ¡¡¡COMPRAR valores respaldados por HIPOTECAS!!! Cuando las empresas pedían la devolución de su colateral, había perdido valor, gracias a la estrategia irresponsable de inversión de AIG. Esa práctica ha costado a AIG – eh, quiero decir, a los contribuyentes americanos – miles de millones.

Lo que más rabia da es que en este momento somos plenamente conscientes de cómo han funcionado esos timos. Y sin embargo, por razones absolutamente prácticas, el Gobierno está obligado a perpetuarles, mantenerles. Y probablemente sea el motivo más importante por el que el Gobierno no puede dejar que AIG se hunda. Si falla la compañía, cientos de miles de millones de dólares de CDS “explotarían”, y todos aquellos bancos europeos cuyos valores tóxicos están supuestamente asegurados por AIG estarían de repente sentados encima de unas pérdidas inmensas. Se terminaría por destruir a sus ya tambaleantes estructuras de capital. AIG ayudó a crear la ilusión del capital regulador con sus swaps, y ahora el Gobierno tiene que poner respaldar esos contratos con dinero de los contribuyentes, para que los bancos asegurados no se colapsen. La situación sería divertida si no fuese tan horrorosa.

Pregunté al Sr. Arvanitis, antiguo ejecutivo de AIG, si la compañía consideraba lo que había hecho durante la burbuja inmobiliaria como una forma de engaño al sistema. “No” contestó. “Nunca lo consideraron un abuso. Sencillamente pensaban que estaban dando satisfacción a sus clientes.”

Esto constituye un ejemplo notable del poder de racionalización. O quizás se estaban autoengañando, imaginando que cuando finalmente cayera el castillo de naipes, serían otros que tendrían que recogerlo.

Esos otros seríamos nosotros, los contribuyentes.

1 Los Credit Default Swaps (CDS) son básicamente contratos de seguros en los que lo que se asegura son ciertos instrumentos financieros en caso de impago por parte del emisor. Normalmente estos seguros se aplican a deuda pública, deuda privada y títulos hipotecarios. Son los bancos, hedge funds, grandes aseguradoras, etc. los que venden estos seguros a las entidades financieras que han comprado dichos activos de deuda y estas entidades pagarán una prima por la cual se aseguran la devolución de sus inversiones en caso de impago del emisor. De esta forma, si el emisor de la deuda quiebra, la entidad que ha contratado el Credit Default Swap recuperará su inversión. (N. de T.)

Joe Nocera.
NY Times

Traducción: Secretaría de Internacional de CCOO

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