10.9.09

Que el remedio no acabe con el capitalismo. Gary Becker y Kevin Murphy

Incluso si la culpa de esta crisis recae en su totalidad sobre el capitalismo, las pérdidas derivadas de la recesión palidecen frente a los grandes logros de décadas anteriores, que han permitido que la renta per cápita aumentara casi un 40% en 30 años.

08-09-2009 - El capitalismo ha sido herido por una severa recesión global. Mientras los gobiernos siguen decidiendo qué restricciones hay que imponer sobre los mercados, en especial sobre los financieros, la destrucción de la riqueza provocada por la recesión debería analizarse en el contexto de la inmensa creación de riqueza y la mejora del bienestar en las tres últimas décadas. No se debe correr el riesgo de que las reformas, tanto financieras como no financieras, destruyan la fuente de estas mejoras de la prosperidad.

Tomemos en consideración estas extraordinarias estadísticas sobre el rendimiento de la economía mundial desde 1980. El producto interior bruto mundial real creció cerca de un 145% entre 1980 y 2007, o una media del 3,4% anual. La denominada codicia capitalista que motivó a empresarios y a trabajadores ambiciosos ayudó a cientos de millones de personas a salir de la miseria absoluta. El papel desempeñado por el capitalismo a la hora de crear riqueza queda patente en el fuerte incremento experimentado por las rentas china e india después de introducir reformas basadas en el mercado (China a finales de los años 70 e India en 1991). La salud global, calculada sobre la esperanza de vida a distintas edades, también ha aumentado con rapidez, especialmente en los países con rentas más bajas.

Grandes logros

Sin duda, el rendimiento del capitalismo debe medirse incluyendo esta y otras recesiones además de las décadas de gloria. Incluso si la culpa de esta crisis recae en su totalidad sobre el capitalismo las pérdidas derivadas de la recesión palidecen frente a los grandes logros de décadas anteriores. Supongamos, por ejemplo, que la recesión se convierte en un depresión, en la que el PIB mundial caiga un 10% entre 2008 y 2010, un supuesto pesimista. Entonces el crecimiento del PIB mundial entre 1980 y 2010 ascendería al 120%, o cerca de un 2,7% durante este periodo de 30 años. Esto ha permitido que la renta per cápita aumentara casi un 40% incluso pese a que la población mundial creció a un ritmo de apenas un 1,6% anual durante el mismo periodo.

Por consiguiente, a la hora de diseñar las reformas para reducir la probabilidad de futuras contracciones severas, habría que tener en cuenta los logros del capitalismo. Los gobiernos no deberían poner trabas a mercados que saben que reportarán altos índices de crecimiento a las economías pobres de África, Asia y el resto del mundo, cuya presencia en la economía mundial ha sido limitada. Las nuevas economías que intenten acelerar la recuperación deberían seguir el principal principio de la medicina: no causar daños. Esto choca con una opinión común, aunque errónea, incluso entre muchos de los defensores del libre mercado, que afirma que es mejor intentar hacer algo para ayudar a la economía en lugar de cruzarse de brazos. La mayoría de las intervenciones -incluidas las políticas aleatorias-, por su propia naturaleza, perjudicarían más de lo que ayudarían, aumentando en gran parte una incertidumbre y un riesgo tan altos ya en esta crisis.

Las reacciones de los gobiernos han demostrado que existe el peligro de que las intervenciones diseñadas para ayudar puedan agravar el problema. Incluso pese a contar con políticos capacitados, hemos ido de error en error desde agosto de 2007.

Defectos del enfoque

Estos problemas son síntoma de tres defectos básicos en el actual enfoque sobre la crisis: suponen un diagnóstico demasiado general del problema, aportan la errónea idea de que los fallos del mercado son fácilmente superados por las soluciones gubernamentales, y no tienen en cuenta los costes a largo plazo de las actuales actuaciones.

La prisa por "solucionar" los problemas de la crisis ha abierto las puertas a actuaciones de los gobiernos en muchos frentes. Muchas de ellas tienen poco o nada que ver con la crisis o sus causas. Por ejemplo, la administración Obama ha propuesto cambios radicales en las políticas para el mercado laboral con el objetivo de fomentar la sindicación y un establecimiento de salarios más centralizado, incluso pese a que la relativa libertad del mercado laboral estadounidense no contribuyó en modo alguno a esta crisis, y a que ayudaría a acortarla. De igual modo, la reacción violenta contra el capitalismo y la "codicia" se han empleado para justificar nuevas inspecciones antimonopolio, una mayor regulación de una serie de mercados, y un aumento del control sobre los precios de la asistencia sanitaria y los medicamentos. Incluso una de las ideas que goza de menos prestigio, el proteccionismo, ha sido apoyada bajo el disfraz de un estímulo económico. Semejantes políticas serían un error. En la actualidad no albergan más sentido del que tenían hace unos años, y su revocación podría llevar mucho tiempo.

El fracaso de innovaciones financieras como los valores respaldados por hipotecas de alto riesgo, los problemas generados por modelos de riesgo que ignoraron la posibilidad de que los precios de las viviendas sufrieran bruscos descensos y la sobrecarga de riesgo sistémico son claros fallos del mercado, aunque las innovaciones en las finanzas también contribuyeron al boom global de las tres últimas décadas.

Actuaciones contraproducentes

La gente que cometió estos errores sufrió pérdidas, y muchas de ellas cuantiosas. Estas pérdidas hacen que los participantes de estos mercados cuenten con un importante incentivo para corregir sus errores la próxima ocasión. En este sentido, muchas actuaciones de los gobiernos han sido contraproducentes, protegiendo a los actores de las consecuencias de sus acciones y evitando ajustes en el sector privado.

Las alegaciones que exponen que la crisis fue consecuencia de una pobre regulación tampoco resultan convincentes. Por ejemplo, los bancos comerciales han estado sometidos a una regulación superior a la de la mayoría del resto de instituciones financieras y, sin embargo, no obtuvieron mejores resultados -en muchos sentidos fueron incluso peores-. Los reguladores se vieron atrapados por la misma mentalidad que los inversores, movida por la burbuja, y no ejercieron la autoridad para regular de la que gozaban.

Sin embargo, incluso las grandes crisis son sólo pausas en el progreso a largo plazo si mantenemos los motores del futuro crecimiento intactos. Este crecimiento depende de las inversiones en capital físico y humano, y de las nuevas ideas -lo que requiere un clima económico estable-. Es probable que la incertidumbre sobre el alcance de la regulación tenga como consecuencia no deseada un nuevo aumento del riesgo de esas inversiones.

La Gran Depresión provocó un alejamiento global del capitalismo y el abrazo del socialismo y el comunismo, algo que se prolongó hasta los años 60. También fomentó la creencia de que el futuro reside en la gestión de los gobiernos de la economía, y no en unos mercados más libres. El resultado fue, por lo general, un crecimiento más lento durante esas décadas en la mayor parte del mundo subdesarrollado, incluidos China, India, las naciones del bloque soviético y África.

La hostilidad hacia los hombres de negocios y el capitalismo ha aumentado de nuevo. Sin embargo, un mundo principalmente capitalista es la "única fórmula" que puede propiciar nuevas mejoras en la riqueza y la salud tanto de las naciones prósperas como de las pobres.

por Gary Becker y Kevin Murphy
Expansion

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